No es extraño que después de milenios de cultura y tradición alrededor del Mediterráneo, el resto de pueblos que no tienen la suerte de bañarse en sus aguas vean nuestra forma de vida como algo inspirador.
No se trata sólo de una forma de comer o de una manera de socializar, se trata de todo un estilo de vida que nos define por la forma de relacionarnos con nuestro entorno, con nuestra cultura, con nuestro propio organismo y con la gente que nos rodea.
La máxima expresión de todo ello es la mesa. Sobre ella, la dieta mediterránea aúna el sabor con la salud y con el respeto a la Naturaleza, dando prioridad a los productos de la tierra y el mar disponibles en cada época. Alrededor de ella se desarrollan las relaciones humanas, incluyendo las de familia, que son sobre lo que se apoya toda nuestra cultura. Cultivamos con la misma fe los olivos que la relación entre nosotros dando tiempo a la comida, contemplándola y disfrutándola en compañía.
Este inmenso legado histórico-cultural y social, territorial y medioambiental, transmitido sin interrupción desde hace muchos siglos caracteriza el estilo de vida de los pueblos y gentes que vivimos en torno al Mediterráneo.
Aunque adoptamos el estilo de vida más funcional y aislante en las grandes ciudades, contra lo que muchos luchan para recuperar la esencia de nuestra cultura, al salir de los grandes núcleos de población el ritmo de la vida se ralentiza. “Las distancias se hacen más cortas, predomina la tranquilidad, el trato cálido en los mercados, el contacto directo con la naturaleza, las bicicletas y los paseos, el bullicio en las calles cuando se pone el sol”. La simplicidad es uno de los pilares básicos, y se aplica a todo: gastronomía, ocio, decoración, moda, construcción o diversión.
Por todo ello, el estilo de vida mediterráneo es “nuestro estilo de vida”, el que inspira nuestras bicicletas. ¿Subes?